¿Existe Dios? Esta es la pregunta que ya no se hace la post-postmodernidad, desde que Nietzsche decretase con más de 1.800 años de retraso la muerte de Dios. El propio Dios se le había adelantado muriendo en una cruz. Es una cuestión que algunos, como Frossard, no se planteaban en absoluto y vino el Absoluto a tropezarse con ellos, así de súbito, en una Iglesia. André Frossard escribió un libro sobre el acontecimiento que se titula «Dios existe, yo me lo encontré», que eso es exactamente lo que les sucede a todos los santos desde San Pablo.
El hombre de hoy, sin embargo, está demasiado ocupado y demasiado pagado de sí mismo para ver más allá de su ombligo, y de la parte baja de su ombligo. Quiero decir que no ve nada, o muy poco. Observen, si no me creen, a uno que está en una cruz con forma de silla de ruedas, clavado a ella por una enfermedad degenerativa: se llama Stephen Hawking y podría ser un Cristo redentor y es solo un amasijo de células. Porque uno viene a ser o a pensar de la misma forma en que cree o que no cree. Así que la cuestión no es tanto si existe o no existe Dios, sino si realmente existo yo sin Dios.
La respuesta nos la dio San Agustín y es muy fácil: siendo el mal corrupción del bien, y siendo, en consecuencia, que no puede haber mal si no existe un bien que pueda corromperse, si todo fuera mal en el mundo no existiría nada, porque todo habría sido corrompido hasta el final: la muerte y la inexistencia. Pero como es evidente que existe algo, entonces existe el bien, aunque sea corruptible. ¿Existe un bien no corruptible? A eso llamaríamos Dios.
Esta respuesta no compete a la ciencia, que aún no ha respondido a la pregunta que hace inútiles todos sus postulados para explicar la inexistencia de Dios: ¿por qué hay algo en vez de nada? ¿Por qué? Y no ¿cómo? Pero la ciencia nunca responderá a porqués primigenios. Entonces, busquen en su corazón. Encontrarán la respuesta sin duda. Otra cosa es que les de vértigo, miedo o alegría. En cualquiera de los tres casos se habrán encontrado con una Ternura Infinita que romperá una sustancia más dura que el diamante: su propio corazón.
Por Paco Segarra – Consultor Creativo de La Machi.